Clelia Grillo Borromeo y la curva de la rosa.
Nacida en Génova en 1684 dentro de una familia de la nobleza italiana, dominaba ocho lenguas y fue autodidacta en Ciencias, Mecánica y Matemáticas –disciplina para las que tenía una especial habilidad-. Se casó con Bartolomé Borromeo, pero a su suegro –que llegó a ser virrey de Nápoles- no le gustaba que la mujer de su hijo frecuentara ambientes científicos y catalogada en esos ambientes como excéntrica. Eso le trajo bastantes problemas, ya que en palacio sólo recibía a científicos, naturalistas y matemáticos. Pero también le gustaba el juego. Sí, el de las apuestas: perdió. Su proyecto de crear “La Academia de los Vigilantes” fracasó, pero mientras estuvo funcionando, fue el centro de la vida académica y científica de Milán.
Tuvo ocho hijos, pero eso no le impidió seguir adelante con su vida académica y tertuliana, carteándose con los más afamados matemáticos de la época. Entre ellos Guido Grandi, difusor de los avances de Leibniz en Italia. Uno de sus libros más importantes fue Flores Geometrici, un compendio de los diferentes tipos de curvas estudiados en las flores. En concreto, estudiaba los pétalos de las rosas. Clelia Grillo descubrió una curva especial – sobre superficies esféricas- y en su libro- que le dedicó a Clelia-, Grandi, la llamó Clelie, en honor a su descubridora.
En 1746 cuando estalla el conflicto entre España y Austria, muerto ya su marido, toma partido por España –una vez más en el bando equivocado-, y estando Milán bajo ocupación austriaca, tuvo que abandonar la ciudad y sus bienes fueron confiscados. Al acabar el conflicto vuelve a Milán, como una heroína. Le hacen honores y homenajean por todos los rincones. Hasta 1877 –cuando muere- abandona ya un poco sus labores alrededor de la Ciencia y se dedica más a otras actividades, como el teatro, la poesía y la historia.
Sin lugar a dudas, Clelia fue una mujer especial, que no pasó desapercibida a los ojos de Montesquieu, en sus viajes a Italia, quien dijo de ella “la mujer más admirable del Universo”, asombrado por su vitalidad intelectual, su curiosidad inagotable, su personalidad indomable y, en consecuencia, singular. Sin duda, adelantada a su tiempo. AMJ
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