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George Green, del molino a la Universidad.

A lo largo de la historia muchas personas  se han dedicado a las Matemáticas. Unos de manera profesional: como docentes o investigadores; otros como afición o pasatiempo y algunos más como estudiosos autodidactas de la materia. Lo cierto es que pocos de ellos, evidentemente, han dejado su impronta en la historia de esta ciencia. Leía hace poco en el blog de ABC Ciencia Humana una entrada(“Las matemáticas iletradas”) sobre George Green, un peculiar matemático británico que después de una vida especial, pudo dejar, para la posteridad, un legado, como es el teorema de Green  en el campo del cálculo integral, entre otros. Pero lo que me llamó más la atención fue su vida, su peculiar vida. La vida de un molinero matemático. Pasamos a contarla.

            

Green nació en Nottingham en 1793 y era hijo de un panadero y molinero. El negocio familiar necesitaba todos los brazos posibles para tirar hacia delante. Y ahí estaban los del pequeño George. Por ello sólo pudo ir a la escuela entre los 8 y los 9 años: los que necesitaba para aprender a leer, escribir y poco más; y ayudar así a su familia: lo que hizo desde entonces. Alguien debió fijarse en él, aunque en aquellos tiempos en Nottingham los recursos intelectuales eran mínimos. Pero sí, seguro. Alguien vio en aquel niño una mente prodigiosa -¡como la película!-, quizás al venderle el pan o la harina,… Lo cierto es que le hizo llegar apuntes de Matemáticas que el chaval se empapaba en sus ratos libres. Se sospecha que el único que pudo aportarle datos de ese estilo era el Reverendo John Toplis. Pero el negocio y la familia -tuvo siete hijos, sin llegar a casarse- le impedían dedicarse a lo que era su pasión. En los ratos libres- que no serían muchos- se "bebía" los manuales que le suministraban(mas bien de matemáticas europeas que británicas, de ahí sus avances).              

File:Green’s windmill.jpgFile:GreenEssay.png 

 En 1828 hizo sus primeros pinitos: publicó su primer ensayo (‘An Essay on the Application of Mathematical Analysis to the Theories of Electricity and Magnetism’), que llegó a manos de algún matemático, como E. Bromhead,  que le invitó a ingresar en la U. de Cambridge, para profundizar en sus descubrimientos. Pero nuestro amigo tenía el negocio familiar, después de la muerte de su padre, y hasta los 40 años no pudo entrar- gracias a que no estaba casado, pues sólo se permitía la entrada a solteros-, para, definitivamente, dedicarse a sus estudios universitarios plenamente, graduándose en 1837. Continuó en la facultad y publicó innumerables trabajos sobre hidrodinámica, óptica, acústica y matemáticas. Pudo disfrutar poco de ello pues enfermó poco después y murió en 1841. Hoy día la  biblioteca de la Universidad de Nottingham lleva el nombre de George Green y conserva la colección de manuales de ciencia de la universidad, o el Instituto de Investigación del Electromagnetismo. Incluso hace poco su viejo molino de viento ha sido rescatado como museo científico. De él dijo Albert Einstein que fue un científico veinte años adelantado a su época.

    

 Nos planteamos muchas veces en este blog qué hubiera sido de este chaval con una enseñanza normalizada. Es verdad: nunca lo sabremos. Pero sí recordamos el artículo de Manuel Vicent “Diáspora”  en el que un párrafo es estremecedor:

España se ha permitido el lujo de tirar cerebros a la basura durante siglos, lo que equivale a un crimen histórico contra la inteligencia, el mismo delito que se comete hoy cuando se recorta el presupuesto de educación. Recuerdo a algunos compañeros de escuela en el pueblo, cuyo talento fue desperdiciado por la pobreza y la incuria de la posguerra. Eran inteligentes, despiertos, ávidos por aprender. Pudieron haber sido ingenieros, médicos, científicos. A varias generaciones de niños como aquellos con los que yo jugaba en el recreo, la España negra solo les dejó las manos para trabajar.

 Totalmente cierto. Nos sentimos identificados. Nuestro pobre George Green tuvo su cerebro al borde de ser desperdiciado. Tenía todas las papeletas. ¿El destino, el azar,..?. Por ello no deja de deleitarnos esta historia que nos lleva al famoso refrán castellano de “quién la sigue, la consigue”. ¡Pero no siempre! AMJ


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